Cada persona tiene un lugar especial, o quizás tenemos varios. Yo tengo dos, en uno tengo la fortuna de vivir y el otro casi lo he tomado como lugar de adopción, y es Ferrol. Cada vez que puedo hago una escapada hacia allá, donde se acaba el mar, aunque para mi es donde empieza, no sólo el mar sino también mi paraiso.

Casas de la plaza de Amboage, Ferrol
Tiene mil rincones mágicos y únicos. Un lugar que me inspira con sólo pasear por él es la plaza de Amboage. Me vienen mil palabras a la mente, me gustaría sentarme con boli y papel y simplemente dejar que el alma se exprese. Es mirar esas ventanas vacías y pienso como serían las personas que en ellas vivían, dónde se habrá quedado el eco de sus voces cuando lo que retumba ahora es el estruendo de silencio, que se palpa y forma una pesadez en el corazón al pensar en todo lo que fue y ya no está. Esa misma sensación me invadió hace unos meses paseando por lo jardines de Capitanía, donde se observa el arsenal y la ría. Al levantar la cabeza vi en un piso, a través de un ventanal la silueta de

Vista del arsenal desde Capitania, fuente Ferrol360.es
una mujer mayor, miraba hacia el horizonte y me pregunté si observaba las gaviotas, rememoraba todo el movimiento de antaño o si aún seguía esperando a ese marinero que perdió en la mar…El sentimiento de melancolía y ternura fue enorme, y quizás ella simplemente pensaba que un nuevo día empezaba pero mi cabeza empezó a tejer una historia, o mil, y es que el tiempo se transforma en segundos de eternidad. Esto me ocurre en mil rincones. Es como si la brisa o la lluvia arrastrasen memorias de personas curtidas por los temporales y los años que buscasen la forma de que su voz se alzara, que alguien registre sus lamentos y sus sueños para hacerlos realidad, retornando así el esplendor de otros tiempos, y es que en ese rincón gallego da la impresión de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Otro lugar que me provoca esa curiosa sensación de saudade es una tienda de la calle Real, la librería Quijote con sus puertas ya cerradas en la que reza la razón de su fin: la melancolía. Al verlo no tienes más remedio que suspirar, y empatizas con esos dueños, con su lamento al cerrar la puerta de sus sueños y los momentos con sus clientes porque un negocio no es sólo lo que vende sino todas las relaciones que establece y ese trato que lo hace especial y único. No conociste a esos dueños, pero sólo al ver la delicadeza y el sentimiento con que pusieron fin a su negocio no queda otra más que sonreir con tristeza mientras el corazón da un vuelco. Van más allá, y en los escaparates laterales tienen mecanografiada la oda de esplendor en la hierba de William Wordsworth.
Aunque el esplendor que brilló tanto un día
esté ahora para siempre en mis ojos
aunque nada pueda devolverme el instante
del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores
en vez de llorar saquemos
fortaleza de todo lo que vimos
de esa proverbial simpatía
que existió entonces y siempre existirá,
del pensamiento en calma que surge
del sufrimiento humano
de la fe que es capaz de mirar a través de la muerte
y de los años que forjan la mentalidad meditativa.
¿Tanta morriña, tanta melancolía y es mi paraiso? Sí, porque es el lugar de mi infancia, mi refugio, mi añoranza, mi inspiración, el encuentro con mi alma, cuando se desnudan los sentimientos y aparece la esencia, la ternura de mi familia del mar y mis raíces, los ecos de lo que fue y la esperanza de todo lo que puede ser. La magia de los rincones y de la belleza que se vive y se transmite a los pequeños, y que es real porque lo viven con la misma intensidad, donde surgen los deseos de correr tras las palomas de los parques, o la sensación de que puedes volar libre como las gaviotas. Donde el aire curte, la mar modela a golpe de juego, risa, meditación o tempestad y todo se comparte con entereza. Donde se extrae la fuerza con la sensibilidad a flor de piel. Donde todo se tuvo, algo se perdió y hay mil posibilidades de renacer.
Mi Ferroliño, donde soy y no me cuestiono, ese lugar que quieres compartir y que te duele y alegra. Ese sitio al que siempre quiero regresar.
Laura